“Mujeres”
El principio fue el ensordecedor sonido del mar. El imponente y soberbio rugido de las olas avalanzándose sobre las rocas. Gigantescas masas de agua se rompían al caer sobre las piedras, lanzando en todas direcciones blanca espuma, en un eterno duelo entre la playa y el mar. ¿ Que remoto y terrible encono habrá desencadenado semejante furia bestial y salvaje ?.
Por largo tiempo lo único que escuché era ese concierto marino, repitiéndose así mismo en un eterno y monótono ritmo alucinante y sometedor.
En algún punto, me imaginaba, nacía una ola, tal vez en una línea o en un círculo; luego crecía y de pronto, cuando alcanzaba su máximo crecimiento comenzaba a desmoronarse, se iniciaba su destrucción y al romperse finalmente se moría. Nada quedaba de ella, salvo su sustancia perdiéndose en el caos, buscando nacer de nuevo. Y así siempre, en un continuo nacer y morir; creación y destrucción, obedeciendo a secretas leyes de verdades eternas. ¿Y acaso todo lo demás no es igual ?
¿ Acaso todo no está sujeto a un permanente cambio ?. La rueda nunca quieta de la existencia en su constante giro de nacer, crecer y morir.
El calor del sol, mis párpados calientes y poco a poco fui volviendo en sí. Muy lentamente fui tomando conciencia del lugar donde me encontraba. A medida que mis ojos iban tomando las primeras impresiones, observé extrañado que estaba rodeado de altas y magníficas columnas de mármol, que formaban un amplio rectángulo abierto, sin techo, por donde podía observar el intenso celeste del cielo.
En mis oídos aún subsistían ecos, cada vez más lejano de aquel colosal concierto marino e iban incrementándose nuevos sonidos, habían voces y cantos, una música distinta, elaborada y armónica.
Me puse de pié y ¡ Oh, bendito espectáculo!, estaban ante mí las más bellas mujeres jamás soñadas. Hablaban entre ellas, de a dos, en grupos y otras cantaban. ¡ Que adorables criaturas, la expresión máxima de la creación divina. Miré a la más cercana, la noté serena y su mirada me transmitió una paz que nunca tuve. Otra, de igual belleza me sonreía y comprendí que me entendía sin que yo hablara.
Sentí de golpe que algo en mí moría para siempre, me sentía pleno, lleno de conocimientos jamás aprendidos, tomaba conciencia de verdades de una manera directa, sin el esfuerzo del razonamiento. Todo se me daba a la luz porque sí, sin buscarlo. No sentía el cuerpo pero lo tenía. Extrañé la antigua angustia de querer comprender, sin lograrlo nunca antes. Tal vez estaba muerto, no lo sabía. Una de ellas, me asombró su piel casi transparente, perfecta, me traía frutas en una fuente. Otra de rostro despejado se dirigió hacia mí, solo vestida con una túnica que dejaba adivinar todos los secretos de su bien formado cuerpo, me tomó las manos y me besó los labios…… ¡ Vamos, despierta querido!, reconocí la voz de mi esposa, tomé el café que me traía, acaricié sus manos y la besé con ganas.
viernes, 31 de agosto de 2007
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